Inicié el año 2015, impulsado
por un “romántico deseo de ser un misionero”. A medida que pasaban los días de
formación y misión este fuego se avivaba cada vez más, y Dios hablaba directo
al corazón, pero ese impulso se fue desmoronando frente a mis ojos. Pasados los
meses ciertos episodios de vida propios de la misión, le fueron quitando lo “romántico”
al impulso.
Mas fue quedando el turno para “el deseo” que como punta de lanza
acrecentaba esas ganas de cambiar el
mundo a como diera lugar. ¡Vaya sorpresa! las propias fuerzas no dieron lo
suficiente, parecía que ese deseo se
debilitara o se hiciera invisible a medida que se terminaban las jornadas,
haciéndose más real la frase de nuestro himno MJ15: “en mi intento por cambiar
el mundo sin ti, fracasé”.
Para entonces quedaba el “Ser”. Esa
oportunidad de avanzar en el autoconocimiento, como si la principal misión
fuera uno mismo, reconociéndose frágil a pesar de los talentos. Bello momento el
verse frente al sagrario sin poder decir “palabras bonitas” propias del impulso
romántico, o de entonar una canción nueva movido por el deseo. No había más que
silencio frente a Dios, sentirse desnudo y escrutado por él. Y ya en ese estado
en el que el corazón palpita pusilánime, Dios hace a un lado la carne y lo
vacía para construirse su nuevo sagrario. Arranca amorosamente ese “ser” para
dejar del impulso inicial lo que Él quería de mí: simplemente “…un misionero”.
Puede parecer que estoy hablando
en abstracto y no soy consciente de eso. Quizá este lenguaje sea familiar para
quien ha tenido el privilegio de vivir la experiencia del “Año misionero” y
cada uno a su manera ha tenido su forma particular de vivirlo, desde el llamado
hasta el modo de atender y dar una respuesta. En mi caso, después de conocer a
la Central de juventudes y su propuesta de espiritualidad basada en ser amigos
en el Amigo, me surgió ese deseo de profundizar en la experiencia viva. Pues la
amistad no es solo una herramienta para evangelizar sino un escenario propicio
para el encuentro y conocimiento de Jesús, quien ya no nos llama siervos, sino
amigos y nos invita así a dar la vida. Pero esta tarea por sencilla y profunda,
se hacer difícil de realizar, mas no imposible si estamos atentos a la guía del
Espíritu Santo que se revela en la oración y disposición.
“No te juntes con esas naranjas podridas
porque te pudrirás con ellos” Me decían
hace varios años cuando me veían hablando con un amigo en Acacías Meta. Y ya
sabrán que no me gusta callarme cuando de hacer valer la amistad se trata. “Es
cierto padre. Pero no somos naranjas. Somos personas y es nuestra misión
cristiana el ser naranjas buenas para ‘abuenar’ las dañadas”. Ante esta
respuesta el sacerdote, que también es mi amigo, sonrió.
Ya lo decía San Pablo en su primera carta a
los Corintios (9, 19-23):
“Siendo como soy plenamente libre, me he hecho esclavo de todos,
para ganar a todos los que pueda. Me he hecho judío con los judíos, para ganar
a los judíos, con los que viven bajo la ley de Moisés , yo, que no estoy bajo
la ley, vivo como si lo estuviera, a ver si así los gano. Con los que están sin
ley, que no vivo al margen de la ley de Dios pues mi ley es Cristo, vivo como
si estuviera sin ley a ver si también a éstos los gano. Me he hecho débil con
los débiles, para ganar a los débiles. He tratado de adaptarme lo más posible a
todos para salvar como sea a algunos. Y todo esto lo hago por el evangelio, del
cual espero participar.
Y es que uno no termina de saber
cómo es que Dios hace su obra. El año misionero va puliendo el ser de tal forma
que uno queda con ganas de más… pero ya es tiempo de ir volviendo poco a poco a
los lugares de origen y re-descubrirse cada día, ya no con ese “romántico deseo de ser un misionero” sino como un
misionero de corazón vacío, como el sagrario donde habita un Cristo humilde y
silencioso que espera escaparse por entre nuestros quehaceres diarios y
purificar juntos la humanidad a la que estamos llamados a amar en la amistad.
“Porque no nos anunciamos a nosotros mismos,
sino a Jesucristo, el Señor, y no somos más que servidores de ustedes por amor
a Jesús. Pues el Dios que ha dicho: Brille
la luz en la oscuridad, es quien ha encendido esa luz en nuestros
corazones, para hacer brillar el conocimiento de la gloria de Dios, que se
refleja en el rostro de Cristo.” (2 Cor 4, 5 – 6)
Solo queda pensar si Dios al final reclame el misionero y quede nuestra verdad ante sus ojos.